Nuestra casa ya está que explota de cosas: que los juguetes de los chicos, que mis cosas de encuadernación, que los libros que tanto nos gustan, etc, etc, etc.
Ya hemos habilitado, para guardado, los ricones más insólitos de la casa.
Entonces se nos ocurrió que en nuestra terraza -ese espacio inutilizable, estéril, casi un desperdicio-, podíamos levantar mi taller de trabajo.
Vino un arquitecto, nos tiró ideas, nos hizo un presupuesto.
El sueño duró poco, hasta que el conchudo de mi vecino nos pinchó el globo. La excusa: que medio metro más de pared le iba a quitar un poco de luz a su casa.
De un plumazo, se derrumbó mi taller, y con él, mi buena onda para con el egoísta de mi vecino.